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Era uno de esos lugares que tenía pendiente desde que hace ya muchos años decidí recorrer gastronómicamente la provincia de Alicante y aledaños. El lugar es singular. Una casona típicamente mediterranea a orillas de la autovía de Madrid pero con la sensación de estar en Holanda. No obstante sus dueños, la familia Spangenberg, son "tulipanes" y han dispuesto unos amplios ventanales abiertos hacia un verde prado que hace la estancia aún más placentera. La fórmula gastronómica es muy simple: comida casera, ecológica, con productos casi mayoritariamente de su huerto y tratados con cariño. Todo ello a modo de Buffet por 22 euros, incluída bebida y café. Un buen precio teniendo en cuenta la calidad del producto. Se me haría interminable citar los platos. Pero a modo de muestra: Roastbeef, Patés (atún, berenjena, tomate, etc), Pizza casera, ensaladas de varios tipos, patatas rellenas, panes diversos, lasaña, alitas de pollo, arroz al curry, canapés y un largo etcétera que culmina con otra tanda importante de postres artesanales. Es, sin duda, una experiencia aconsejable. Valga como referencia de lo agradable del lugar y de la amabilidad de sus propietarios que, para ser un buffet, servidor y acompañantes estuvieron sentados a la mesa más de dos horas y media. Ahí queda el dato.